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HISTORIAS                    Manuel Espejo

Raúl

 

Inés se despidió de Raúl. Lo vio marcharse en el tren hacia un futuro incierto. No pudo evitar romper a llorar una vez que el tren había partido y su novio ya no podía verla. Pocas veces había pedido algo a la vida, en su corta vida, pero que Raúl no tuviese que ir a la guerra era la más importante. ¿Sería esta la última vez que lo vería? ¿Podrían formar alguna vez una familia? Miles de preguntas quedaban en el aire, como flotando, sin respuesta, sin formularse, por miedo a que la contestación no fuera la deseada.

Pasaron meses y las noticias que llegaban del frente no eran buenas. Miles de jóvenes perdían la vida en los campos, en las ciudades y en los pueblos. El conflicto parecía no tener fin. Inés no sabía nada de Raúl. Una angustia sobrecogía su alma cada vez que oía el parte de guerra por la radio. Las noticias del frente no le interesaban en absoluto. Solo quería oír que las partes habían llegado a un acuerdo y que la guerra había finalizado.

Así pasaron semanas, meses, y finalmente años. Inés seguía sin tener noticias de Raúl. Este muchacho había sido el único movilizado en su pueblo, de muy pocos habitantes. Inés no tenía a nadie a quien preguntar. Ella recibió varias cartas durante los primeros meses tras su marcha, pero luego dejaron de venir. Sus padres tampoco tenían noticia alguna de su hijo. La espera se hacía interminable.

Por fin la guerra terminó. Raúl había luchado en el bando de los perdedores. El ejército de los derrotados se desintegró y no había noticias de los soldados. Los combatientes empezaron a llegar lentamente a sus casas, en un proceso que duró semanas. Inés esperaba y esperaba. Pero Raúl no llegaba.

Preguntó a los militares del bando ganador, y le informaron que lamentablemente no podían informarla. No había registros del bando vencido. Toda su intendencia y la documentación se había perdido. En realidad, había sido destruida para evitar represalias.

Pasó un año e Inés seguía sin saber nada de su novio. Como en su pueblo no había trabajo e incluso no había para comer, decidió aceptar el puesto de sirvienta que un familiar le había buscado en la capital. Inés se instaló en la casa de unos ricos comerciantes, propietarios de varios comercios, a quienes los negocios les iban muy bien tras la guerra.

La señora le dijo un día:

― Niña, ¿tú no tienes novio?    

Inés no pudo evitar ponerse a llorar. La señora se aproximó a ella, la abrazó tiernamente y le preguntó que por qué lloraba.

― Cuéntame, muchacha, ¿qué pasó?

Inés explicó su historia a la señora, en medio de lágrimas, y la señora se compadeció de ella.

― Escucha Inés, mi marido es muy amigo de un capitán que tiene conexiones con el mando en esta ciudad. Hablaré con él, y averiguaremos qué sucedió a tu novio. ¿Cómo se llama, por cierto?

La señora cumplió con su promesa y explicó a su marido el drama por el que atravesaba su empleada. El marido al principio le dijo que su relación con los militares no justificaba que le hicieran este tipo de favores, pero la mujer insistió.

El capitán buscó información acerca del tal Raúl. En aquellos momentos, un año después de finalizada la contienda, España se hallaba todavía bajo una importante carencia de todo tipo de recursos. Por otro lado, la Segunda Guerra Mundial había estallado en Europa, y esto no mejoraba las cosas en España.

El capitán vino una tarde a casa de los señores donde trabajaba Inés, y pidió hablar con el señor, el empleador de Inés. Todo parecía muy secreto y reservado. El capitán no tenía aspecto festivo ni alegre, sino todo lo contrario. Parecía que venía a contar malas noticias, o por algún tipo de misión oficial. Cuando el señor de la casa vio el semblante serio del militar, comprendió que las noticias no eran las esperadas.

Al cabo de una hora de conversación en el despacho, el oficial se marchó, sin saludar a la señora, y el dueño de la casa salió del despacho, con rostro severo.

Su esposa lo vio y se acercó discretamente a él. Le habló silenciosamente para que Inés no oyera nada:

― ¿Y bien?

El señor le dijo a su mujer:

― ¿Sabes querida?, vamos a dar un paseo. Hace un día excelente para caminar.

La mujer se quedó sorprendida, pero comprendió perfectamente que la conversación que tenía que mantener con su marido no podía ser en la casa, donde se hallaba Inés.

La historia que el dueño de la casa le explicó a su mujer era increíble. Raúl había sido hecho prisionero pocos meses después de que se incorporara al ejército en el lado perdedor. Una vez hecho prisionero, Raúl confesó a los carceleros que sus simpatías no recaían sobre el bando que lo había reclutado, sino sobre el otro bando, el que lo había hecho prisionero. Al principio estas afirmaciones fueron tomadas con escepticismo por parte de los oficiales del bando que lo tenía bajo custodia. Pero con el tiempo los oficiales comprendieron que decía la verdad.    

De modo que decidieron soltarlo para que volviera a su bando y que les sirviera de espía. Así, Raúl estuvo un par de años informando al bando contrario de los movimientos y de los planes del bando perdedor. Se convirtió en un espía, pero su instinto militar hizo que ascendiera dentro de su propio bando. Llegó a ser teniente, del bando al cual en realidad estaba traicionando.

El motivo de su deslealtad era sincero. Él estaba convencido de que el bando que lo había reclutado llevaría a España a la desgracia, y había decidido ayudar al otro bando. No ya en el frente luchando contra él, sino dentro de su propio bando, como agente del lado que luego sería ganador.

El capitán explicó al dueño de la casa que el pueblo de Raúl y de Inés se salvaron de la destrucción gracias a Raúl. Él se las apañó para llevar el frente a otro sitio, evitando que el pueblo fuera destruido en los combates, con las probables víctimas civiles que esto hubiese ocasionado allí. Raúl era un infiltrado excelente. Se ganó el afecto de los de su propio bando, mientras que hizo ganar la guerra al bando con el cual tenía verdaderas simpatías.  

 

El capitán dijo al dueño de la casa que no le podía dar detalles, pero que Raúl era un héroe, y que había estado a punto de ser descubierto en numerosas ocasiones, lo que hubiese significado su fusilamiento.

― Este frente no hubiese sido lo mismo sin la información que nos transmitió Raúl. Muchas personas, sin saberlo, le deben la vida. Nuestro ejército pudo ocupar esta provincia con muchas menos bajas gracias al trabajo de Raúl. Pero esto que te cuento no puede salir de entre nosotros. No puede ser contado. Al menos hasta que el país se pacifique completamente y no haya temor de posibles  represalias.        

Raúl cuando acabó la guerra desapareció hasta que el país se calmara y porque el ejército ganador le había confiado una misión, esta vez en el extranjero. El objeto de esta misión no podía ser revelado a nadie. Ni siquiera el capitán amigo del señor de la casa conocía detalles acerca de esta empresa de Raúl.

― ¿Qué le vamos a decir a Inés?

― El capitán me ha dicho que podemos decirle que Raúl vive, y que lo espere, que volverá. Pero no podemos decirle nada más. Sobre todo, nada de explicarle que trabajó como espía para el bando ganador. Si esto se supiera, podría ponerla en peligro a ella y a la familia de él también.

Los señores de la casa explicaron esto a Inés, y ésta rompió a llorar de alegría al saberlo. Estaba atemorizada acerca del paradero de su novio. Hacía más de tres años que lo esperaba. Todo en torno suyo era un misterio. Pero era feliz sabiendo que él vivía y que le había pedido que lo esperara.

Un buen día llamaron a la puerta y fue a abrir Inés. En la puerta había un oficial, bien vestido, con barba, de impecable presencia. La respuesta de Inés fue inmediata:

― ¡Raúl!

Raúl contrajo matrimonio con Inés en pocas semanas. Su carácter había cambiado. Ya no era aquel jovencito sencillo y humilde que se marchó en aquel tren. Se había convertido en un hombre maduro, resolutivo, marcial.

Raúl dejó el ejército y emprendió diversos negocios, que prosperaron. Todos ellos fueron muy bien. Al cabo de unos años, Raúl e Inés se habían enriquecido, en aquella España de la postguerra. Raúl jamás explicó a Inés cómo había obtenido un montón de medallas que tenía, de un bando y de otro de la guerra. Nunca supo ella nada de lo que Raúl había hecho durante la contienda. Ni siquiera supo Inés nada sobre que Raúl evitó que el frente se extendiera al pueblo donde vivía ella.

Raúl se dedicó a su familia, a sus negocios, y obtuvo el crédito de todos cuantos lo conocieron. Hizo mucho bien y generó mucha riqueza en su ciudad. Fue el fundador de unas bodegas de vino que con el tiempo fueron el sustento de su pueblo y de otros colindantes.

La guerra fue olvidada, y la vida siguió. Raúl e Inés fueron felices.  

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