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HISTORIAS                    Manuel Espejo

El número premiado (1)

O. compró un décimo de lotería con el cambio de una compra. No había cola en la administración de lotería. Fue como un impulso. Una de esas cosas que todos hacemos sin pensar.

O. era repartidor. El día del sorteo estuvo todo el día trabajando. No tuvo tiempo de verificar los resultados de la lotería hasta por la noche. Miró el número que aparecía en la pantalla del móvil, y dijo para sí que se parecía al suyo.

― Empieza por 5 y termina por 5, como el mío.  

Buscó entre los papeles de su cartera el boleto de lotería y lo comprobó. ¡Tenía un décimo del número premiado!

Inmediatamente fue a la cocina y le dijo a su mujer:

― Sabes, estoy empezando a pensar que deberíamos cambiarnos de casa.

Su mujer miró a O. de un modo extraño, como si su marido hubiese bebido o algo así, y contestó:

― Por supuesto, pero si nos cambiamos de casa también compramos un coche nuevo, faltaría más.

A lo cual O. respondió:

― Sin duda, ¿qué más nos hace falta?

La mujer se tomó la conversación como una especie de fantasía de su marido, y decidió cortarla. Estaba pendiente de varios asuntos a la vez. No quería que se le quemase nada de lo que estaba cocinando.

― No quiero ser desagradable, O., pero este es mal momento para esta conversación. Tengo varias cosas en el fuego y tengo que estar pendiente…

El marido no la dejó acabar.

― Nos ha tocado la lotería, C.

C. miró a su marido un poco incrédula. Fue a empezar a hablar, pero calló. Finalmente dijo:

― ¿Hablas en serio? ¿Es verdad? O., por favor, no te burles de mí.

― Es verdad cariño, mira el boleto, y mira el número premiado en la pantalla.

C. y O. vivían rodeados de deudas y aplazamientos. Habían tenido que recibir la ayuda de la familia para poder estar al día con las cuotas de la hipoteca. Ella se había quedado en paro hacía unos meses, y con lo que ganaba O. como repartidor apenas pagaban las cuotas del préstamo. El premio de la lotería no los hacía ricos. Sin embargo, les permitiría pagar los atrasos y devolver los préstamos de la familia. Y seguir viviendo. Parecía que ya no tendrían que comer patatas y ensalada cada día. Se podrían permitir algún lujo. Administrando bien el dinero podrían aguantar bastante hasta que C. encontrara otro empleo.

El matrimonio tenía dos niños pequeños, y eran ellos quienes más padecían la pobreza de la familia. Sus compañeros de colegio recibían regalos y llevaban ropa divertida. Ellos nunca estrenaban nada, y los reyes magos apenas les traían casi nada. Ese año las cosas iban a cambiar. Sin excesos, los dos niños tuvieron unas fiestas navideñas mucho mejores que otras anteriores.

Pero ese número premiado tendría otras consecuencias. C. tenía mentalidad emprendedora. Su único problema es que nunca había tenido un capital para iniciar ninguna iniciativa de tantas como había imaginado. Unos días después de cobrar el premio de la lotería y de haber regularizado todo lo que tenía pendiente con sus acreedores y la familia, le dijo a su mujer:

― C., hemos pagado todo lo que debíamos y nos queda dinero. Podemos seguir pagando el préstamo hipotecario según vayan venciendo las cuotas. No hace falta que lo cancelemos anticipadamente. He pensado que con el dinero que nos ha sobrado después de ponernos al día podríamos montar un negocio.

Su mujer no tenía muy claro eso de que su marido y ella se convirtieran en empresarios. Ambos habían sido siempre empleados, y ninguno de los dos tenía ninguna experiencia en gestionar negocios.

― ¿Un negocio? ¿Qué negocio? ¿Qué sabemos nosotros de negocios?

C. tenía mala memoria. Ella había obtenido un diploma que la habilitaba para abrir una guardería. Su marido le dijo:

― ¿No se te ocurre nada? ¿No te acuerdas de que tú estudiaste para gestionar una guardería?

La mujer miró a su marido un poco sorprendida, y le respondió:

― O., ni tú ni yo tenemos experiencia en guarderías. Y no es lo mismo ser empleado en una guardería que gestionar una guardería.

― Vamos a hacer cuentas, dijo O.

C. y O. no gastaron su dinero en comprar una casa nueva, ni en un coche nuevo. Investigaron las posibilidades que tenían de convertirse en empresarios. Hablaron con mucha gente. Encontraron una casa con jardín con un alquiler razonable. Podía servir para abrir su guardería. Se pusieron de acuerdo con varias personas que tenían la titulación adecuada para trabajar en su guardería, y que estarían dispuestas a trabajar con ellos.

La historia de C. y O. no acaba aquí. En unos años consiguieron alquilar la finca contigua a su guardería. Más tarde compraron ambas casas. Mientras tanto, ellos pudieron cambiarse de vivienda e incluso compraron un buen automóvil. Sus hijos nunca tuvieron falta de nada. Ambos fueron buenos estudiantes, y finalizarían sendos grados en la Universidad. Siguieron los pasos de sus padres, y se harían empresarios de éxito.

C. y O. no se hicieron ricos, pero con esfuerzo y dedicación focalizaron su vida profesional hacia su trabajo en la guardería, y nunca más tuvieron que sufrir miseria ni privaciones.

Unos años después, cuando su posición económica se había consolidado, y podían mirar hacia atrás con tranquilidad, O. le dijo a su mujer.

― ¿Sabes una cosa? ¿Te acuerdas cuando montamos la guardería? ¿Recuerdas que nos tocó la lotería?

― Por supuesto que me acuerdo. Aquel décimo cambió nuestra vida. La verdad es que lo aprovechamos muy bien.

O. miró a su mujer un poco burlonamente y continuó:

― En realidad las cosas no fueron del todo así.

C. se volvió hacia su marido, ahora un poco envejecido, más maduro, pero todavía con buena presencia, y le dijo:

― A ver, explícame eso. ¿Qué significa que las cosas no fueron del todo así?

― Bueno, nosotros somos afortunados. La prueba es que nos tenemos el uno al otro. Sin embargo, eso de que nos tocó la lotería es una verdad a medias.

― ¿Cómo?, ¿qué me estás contando?

― Yo compré un décimo de lotería, pero no fue ese décimo de lotería el que nos tocó. El décimo que cobramos me lo dio alguien.

― ¿Te lo dio alguien? ¿Quién regala números de lotería? O., por favor, ¿has hecho algo malo?

O. miró a su mujer, que parecía preocupada o angustiada, y trató de tranquilizarla.

― Bueno, yo tenía un cliente que se dedicaba a la inversión financiera. Un millonario extranjero. Yo le llevaba a menudo la compra a su casa. Me gustaba servirle. Siempre había una frase amable en su boca. Tenía bastante amistad con él, a pesar de que solo lo veía una o dos veces por semana, y lo justo para entregarle su compra. A menudo intercambiábamos una pequeña conversación. Un día le dije que lo envidiada, porque daba la impresión de que él no tenía problemas económicos como teníamos nosotros, y que vivía feliz. Entonces el millonario se paró un segundo para pensar, y a continuación me propuso un trato, que me dijo me ayudaría a salir de la pobreza.

― ¿Un trato?

― Si. Yo tenía que ir al notario el día del sorteo de la lotería y firmar que tenía un negocio en un país extranjero. No me preguntes qué tipo de negocio, porque lo desconozco. No me acuerdo cómo se llamaba ese país. Era por el Caribe. Un sitio muy pequeñito. No tenía más que hacer eso. A cambio, él me daría un décimo premiado de la lotería. Este era el trato. 

― O., ¿no te das cuenta de que lo que me dices suena fatal? Tiene aspecto de un delito de blanqueo de capitales o algo así.

― Eso es lo que yo pensé, y así se lo dije al inversionista, que parecía algo ilegal. El Sr. Wilson, que es como se llama, me dijo que en realidad no estaba cometiendo ningún crimen. Él no podía constar en esa documentación que yo firmaba. Si él apareciera en esos papeles, una compañía muy importante no podría ser comprada en bolsa por otra. Era algo así. Había mucho dinero en juego. Yo ocupaba su lugar en una empresa, que podía realizar unas operaciones financieras, sin que el nombre del Sr. Wilson figurara en ningún lugar. Pero en realidad, según me dijo el Sr. Wilson, esta empresa no realizaría ninguna operación financiera. Esto es lo que me explicó el Sr. Wilson. Bueno, en realidad me lo contó un abogado que asesoraba al Sr. Wilson.

― Claro, y tú te lo creíste, como sabes tanto de leyes, tú... ¿No te das cuenta de que te pusiste tú en peligro y de que amenazaste el bienestar de todos?

― Bueno, no fue así propiamente. Yo consulté con un abogado. Vino incluso conmigo el día de la firma en la notaría. El abogado, que no tenía nada que ver con el Sr. Wilson, ratificó todo lo que este Sr. y su abogado me habían dicho. No había riesgo para nosotros.     

― ¿Y cómo no me dijiste esto antes? ¿Por qué me lo explicas ahora?

― El Sr. Wilson me insistió en que no podía comentar nada de esto con absolutamente nadie. Ni siquiera contigo. Me hizo firmar un acuerdo de confidencialidad en este sentido. Parece ser que si esto llegaba a la prensa podría causarle enormes pérdidas. Yo, por precaución, seguí rigurosamente sus instrucciones.

― ¡Madre mía!, ¡qué historia!

― Bueno, hay más. Ayer me llamó el Sr. Wilson para decirme que todo aquello que firmé ya no tiene ningún valor. Ahora mi nombre no aparece en ningún sitio relacionado con este asunto. Nuevamente me dijo que en ninguna circunstancia y en ningún momento yo había hecho nada ilegal, ni nada que me haya puesto en peligro ni a mí ni a ninguno de nosotros. Todo ha sido perfectamente legal, si bien me confesó que es cierto que él había hecho trampas en algunas negociaciones empresariales. Sin embargo, añadió, esto no era más reprobable que otros muchos trucos perfectamente legales para pagar menos impuestos.

― ¿Estás seguro de lo que dices? ¿Te fías de ese hombre?

― Si que me fío de él. Estoy convencido de que no he hecho nada malo. Por cierto, ayer me dijo que fuera a su casa y adivina qué me dio.

― ¡Qué miedo me das!

― Me entregó otro décimo de lotería premiado. Pero en esta ocasión no tengo que hacer ni firmar nada. Me dijo que era su forma de darme las gracias. ¿No crees que es el momento de ampliar el negocio?     

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