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Poder

La fiera miraba a la presa. Sin prisa. Tenía todo el tiempo del mundo. Se hallaba a su disposición. No tenía sentido la resistencia. El fin de la víctima se hallaba cerca.

No había maldad en todo ello. Cada actor desempeñaba su papel. Eso era todo. Es la ley de la vida.

Sin embargo, había algo de injusto en todo ello. Alguien, el más débil, debía morir para que otra vida continuase. Este era un episodio más de la lucha entre seres que son complementarios, y al mismo tiempo adversarios.

El viajero no perdió la calma a la vista del oso. Sabía que el plantígrado lo iba a atacar. Este gruñía, abría la boca mirando al cielo y retorcía la cabeza. El aventurero se incorporó lentamente. Mirando su enemigo. Sin aspavientos. El animal lo miraba fijamente y daba violentos zarpazos al aire con sus garras estiradas. Parecía que la agresión sería inminente.

El bosque estaba en silencio. Los animales callaban. Ningún habitante de la espesura se movía. Todos aguardaban quizás la decisión del gigante peludo de finalizar la vida del hombre. Lloviznaba. Todo discurría a la luz de un pequeño fuego donde cocinaba el viajero.

Discurrieron unos segundos. Eternos. El caminante miraba a la bestia sin apartarle la mirada. Penetrantemente. El momento era tenso. Se enfrentaban dos fuerzas desiguales. Una muy superior a la otra físicamente. La segunda psicológicamente muy templada.

El humano vendería cara su vida. Tenía un arma corta de fuego en la mano. El oso gesticulaba más y más. Cada vez más violentamente. Se irguió y cayó dando un fuerte golpe con sus brazos en el suelo. En este momento el viajero dio un paso al frente. Con decisión. La mirada fija en su presa. El oso elevó un gruñido que se oyó a kilómetros a la redonda.

En menos de un segundo, sin embargo, se dio la vuelta y desapareció entre las ramas de los robles y los pinos. El hombre suavemente bajó el arma. Volvió a sentarse. Y terminó su café.

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