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Escalinata al paraíso

 

Después de la pelea decidimos relajarnos y fuimos a tomar unas cervezas. J. se puso pesado. Le cortamos el rollo. El enfrentamiento había tenido secuelas. Yo tenía una herida en el costado y un corte en la mejilla. Pero bueno, habíamos pasado un buen rato artilleándonos.

En el bar me encontré con A. Le dije que estaba muy guapa. Me respondió que eso le había dicho su hombre esa misma noche.

—¿Ves como tengo razón?—le dije con una sonrisa.

—Tanta razón como pocas posibilidades—contestó burlonamente ella.

Un segundo de silencio.

—¿Me estás echando los tejos?—le dije provocativamente.

A. me retó con su mirada. Después, sin mirarme, me respondió:  

—Yo soy inaccesible para ti.

La gachona me estaba retando. Ahora no me quedaba más remedio que matar el toro.

—Tengo el coche fuera. ¿Vamos a dar una vuelta?—la inquirí con desparpajo.  

—¿No te he dicho que no estoy sola?

—Yo tampoco estoy solo. Están aquí los colegas. ¿Y qué?

A. se dio la vuelta como queriendo poner fin a la conversación. Entonces vi que se acercaba su paleto con dos bebidas.

Le dije que su novia estaba muy guapa. El tonto del haba me dijo que así era. Le pregunté si podía bailar con ella.

—Eso no me lo preguntes a mí. Pídeselo a ella. Yo no soy su dueño—me respondió duramente.

A. me miró. Luego invitó a su galán a bailar con ella.

—Mala suerte, ya lo has visto. A. tiene sus preferencias—me dijo irónicamente el acompañante de A.

Entonces, sin pensarlo dos veces, decidí resolver este asunto con los argumentos que siempre me daban la razón y le propiné un fuerte golpe en la nariz. El palomo cayó hacia atrás y no besó el suelo porque había mucha gente. Se apoyó en algunas personas. El ambiente se volvió tenso.

A. gritó:

—Pero ¡qué haces, desgraciado!

Enseguida aquellos que estaban bailando se echaron hacia atrás. Se hizo sitio para la refriega. El niñato puso en las manos de alguien las bebidas y me dijo.

—Parece que hoy lo vamos a pasar bien. La noche se está poniendo interesante.

Acto seguido, le pidió a una chica que llevase a A. a su casa.

—Hoy acabaremos la fiesta en la calle—añadió.

Con un gesto me indicó que saliéramos. Yo vi la oportunidad de otra buena pelea.

—Vamos—repliqué.

¡La tunda de palos que me dio el gachón! Hacía tiempo que yo no recibía de esta manera. Finalmente comprendí que no tenía ninguna posibilidad contra ese energúmeno y me quedé en el suelo. Cuando el musculitos se dio cuenta de que yo no quería seguir, me dio la mano y me ayudó a incorporarme. Después fuimos a tomarnos unas cervezas en otro sitio. Entre risas acordamos que la próxima vez teníamos que buscar otra forma mejor de empezar la pelea.

—Tienes razón. La pelea mola, pero calentarse por una mujer no. Seguro que encontramos mejores motivos para pegarnos unas hostias otro día.

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