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La partida de ajedrez

Se cuenta que, durante una breve tregua de la Cruzada, el rey Ricardo y Saladino se reunieron y acordaron que la siguiente batalla se resolvería en un tablero de ajedrez. Cada monarca aportó sus propias piezas, mientras que Jerusalén, la ciudad en disputa, aportó el tablero. Ambos rechazaron las piezas del otro debido a sus diferencias religiosas. Ricardo impugnó las piezas de Saladino por la ausencia de la cruz en el rey y Saladino desestimó las del contrario por su presencia. Por ello, cada uno jugó con sus propias piezas y ambos aceptaron el tablero. Para determinar el color, se realizó un duelo de espadas a primera sangre entre dos generales enemigos. Ricardo era audaz y agresivo, mientras que Saladino mostraba cautela en sus movimientos. Aunque Ricardo movía con astucia, sus artimañas eran previsibles para el sagaz Saladino. Ambos eran experimentados en la guerra y en el ajedrez. Ningún jugador clavó una pieza del otro. Ningún sacrificio de peón fue en vano. Ambos mantuvieron sus posiciones hasta que finalizó la partida con tablas. Aunque ningún líder salió victorioso, tampoco ninguno fue derrotado. Tras el final de la partida, las miradas de los enemigos se encontraron. Intercambiaron corteses saludos y cada uno regresó a caballo con su ejército. Jerusalén permaneció bajo dominio musulmán y la batalla concluyó sin cuerpos en el campo de batalla.

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