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HISTORIAS                    Manuel Espejo

Paz

 

Me desperté sudado y cansado. Tenía un sabor metálico en la boca. No sentía las piernas. Intenté incorporarme, pero no pude hacerlo. Algo me lo impedía. Mire hacia un lado y luego hacia otro. Solo había polvo y escombros. Oía un pitido ensordecedor y constante. No sabía dónde estaba. No recordaba qué hacía allí. Apenas podía ver nada. Oí lejanamente y muy apagadamente, como en sordina, alarmas de automóviles. Había humo. Mucho humo. Por todas partes. Estaba oscuro. Por debajo de mí corría algo líquido. ¿Agua? Por un momento pensé que podría ser otra cosa. ¿Gasolina? Estornudé una y otra vez. Había polvo en suspensión. Intenté recordar algo, pero había perdido la memoria. Miré mis manos. Estaban cubiertas de sangre. Mi sangre. Tenía un objeto metálico clavado en una pierna. No sabía qué podía hacer. Tenía sed. Vi mi móvil iluminarse, pero no podía oírlo. A unos metros había llamas. Vi otras personas. Estaban inmóviles. Tenían la piel ennegrecida. Yo también tenía la cara cubierta como de una grasa negra. Mi ropa estaba hecha jirones. Mis pantalones ya no existían. En esos momentos yo no recordaba quien era, ni mi nombre. Nada. No me acordaba de nada. Me di cuenta de que había sucedido algo. ¿Una explosión? ¿Un accidente? Pensé que tenía que moverme. Me tenía que incorporar. Pero no podía. Observé que tenía las piernas atrapadas. Tenía sobre mí restos de hormigón y de hierro de construcción. Parecía una viga. A lo lejos vi una luz que se movía. Parecía alguien acercándose con una linterna. No estoy seguro. Perdí el conocimiento. No recuerdo nada más. 

Señora presidenta.

Señoras y señores diputados.

Este es un gran día para la democracia. Este es un día de esperanza. El motivo de este debate parlamentario es discutir el proyecto de ley de fraternidad nacional. Por fin, mediante el diálogo, hemos conseguido superar la violencia en nuestro país. Quienes hace unos años tenían una posición favorable a los medios alternativos a la política, hoy forman parte del grupo de partidos políticos que sostienen la labor de este gobierno. Y este logro, en un acto de valentía política de este gobierno, se ha conseguido simplemente mejorando las condiciones de vida de aquellos que antes lucharon por sus ideales contra el Estado.

Se equivocaban, sí, pero ahora pero ahora ya no son nuestros enemigos, sino que han rectificado. Por eso la democracia tiene que hacer algo por aliviar su situación. Por este motivo estamos aquí. Queremos que aquellos que cometieron errores se arrepientan de los mismos en libertad, no en la cárcel.

Gracias a nuestros esfuerzos por entender a nuestros adversarios, hemos atraído a la democracia y al juego parlamentario a aquellos que hasta hace poco no creían en nuestro sistema de libertades. Las circunstancias de hace unos años han cambiado.

Tenemos que dar un voto de confianza...

Es un hombre de paz...

Convivencia...

Reconciliación...

Ha llegado el momento de olvidar y perdonar.

Incluso si quienes practicaban la violencia no la han condenado, ni han colaborado en hallar los culpables de los crímenes sin resolver, este proceso vale la pena. Hemos de pasar página a los años de terror en nuestro país. Esta es una iniciativa legislativa que pretende enraizar la paz.

Señoras y señores de la oposición, no promuevan el odio y el resentimiento. Vengan al consenso de la fraternidad, que garantiza la paz con nuestros antiguos antagonistas. Sean parte de la solución y no del problema. ¿No habrá sido su cerrazón la causa de tanto sufrimiento en nuestro país? Abramos nuestros brazos a aquellos que hasta hace poco se equivocaban pero que han hallado el camino recto. Seamos generosos con ellos. Nuestros antiguos enemigos también han sufrido la prisión y la violencia política del Estado.  

Únanse al itinerario de la paz, señoras y señores diputados de la oposición. No guarden odio y resentimiento. Estos son otros tiempos. Tiempos de concordia y de fraternidad.

Únanse a nuestro proyecto de paz de presente y de futuro.

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