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HISTORIAS                    Manuel Espejo

La micro
 

El despertador sonó a las cuatro de la mañana. Manuel, con la oscuridad todavía acariciando sus pupilas, se dispuso a enfrentarse a sus esquemas de microeconomía. La luz mortecina de su lámpara de escritorio iluminaba las páginas repletas de fórmulas y definiciones. Hoy tocaba madrugón para sumergirse en la vorágine de sus apuntes. Como siempre, el tiempo había sido su adversario más temible. Nuevamente, tendría que derrotarlo.

 

El educando disponía de exámenes de años anteriores, que había facilitado el docente. Estos se desplegaban ante sus ojos cansados como un campo de batalla todavía sin cadáveres. Cada pregunta, un reto. Cada respuesta, un dilema. ¿Cuántas horas de estudio eran necesarias para saltar la barrera entre el éxito y la derrota académica? ¿Cuál era este examen, el quinto, el sexto? Todavía quedaban varios más.

 

La teoría de la empresa se erguía como una alambrada impenetrable en su camino hacia el aprobado. Las noches previas, devorando libros y anotaciones, no habían logrado allanar el terreno de sus dudas. Esa parte de la asignatura exigía un gran esfuerzo, y quizás el ejercicio no se centrase en ella. El mismo empeño, aplicado sobre el resto de la asignatura, le proporcionaba más probabilidades de victoria.

 

El reloj marcó las nueve de la mañana. Era el momento de prepararse para ir al examen. La ducha fue una liberación. El agua caliente descendía por su cuerpo y disipaba la ansiedad que envolvía su mente. El espejo reflejaba unos ojos fatigados. En ese preciso instante tuvo un momento de debilidad. Pensó que la tarea que tenía por delante era un reto excesivo. ¿Estaba completamente preparado? Por un segundo pasó por su cabeza la posibilidad de no presentarse.

 

Manuel, sin embargo, ya era experto en sortear adversidades. Era un hábil navegante en aguas turbulentas. Como veterano, había forjado una estrategia. Llevaba razonablemente bien preparada un setenta por ciento de la materia. Solo el treinta por ciento restante, correspondiente a empresas, constituía una incertidumbre. El universitario sabía que estaba rellenando una quiniela académica. Echar suertes con los exámenes había sido su tabla de salvación en innumerables ocasiones. El estudiante pensó que había jugado bien sus cartas, al menos desde el punto de vista probabilístico. No era realista preparar toda la materia. No había dispuesto de tiempo para estudiar completamente todos los temas. Tenía que atender a su trabajo. Y otros exámenes que superar. Pero había alcanzado un setenta por ciento de dominio en la disciplina.

 

Durante la ejecución del test adoptó una actitud de racionalidad extrema. Calculó sus opciones con serenidad de acero. Empleó la combinación de destreza y de riesgo que tantas veces le había proporcionado éxitos. La suerte, esa compañera infiel, había decidido sonreírle en aquel día crucial. Las cuestiones que se plasmaban sobre el papel resonaban a un eco familiar de lo que él había preparado con dedicación y esfuerzo. La teoría económica de las empresas, su talón de Aquiles, solo suponía el veinte por ciento de la prueba. Dejó en blanco las preguntas más arriesgadas y se centró en aquellas en las que se sentía seguro.

 

Las dos horas de la prueba le parecieron minutos. Tenía la camiseta sudada. La boca seca. Estaba sentado, pero sabía que había producido adrenalina. En todo momento mantuvo la serenidad. Repasó una y otra vez. Concienzudamente. Hizo el sumatorio de las preguntas infalibles. Luego de las dudosas, que descontaban. La expectativa de logro era optimista. Había suficientes respuestas fiables como para aprobar. Sintió alivio cuando entregó su test.

 

El permiso solicitado en el trabajo para este día se había convertido en una apuesta por su futuro académico. No tenía nada que perder. No le preocupaban las convocatorias. Si hoy no pasaba el examen, lo conseguiría en otra ocasión. Se sentía convencido de sus posibilidades.

 

Finalmente, el resultado fue un notable.

 

Manuel había tenido nuevamente éxito. De todos modos, si no hubiese conseguido superar el ejercicio, esto no hubiese significado que el estudiante hubiese perdido su fe en sí mismo. El tahúr se había encontrado con un problema. Disponía de unos recursos, entre los cuales el tiempo era crítico. Y había hecho sus cálculos sobre qué le convenía más para poder superar el examen. Históricamente la empresa suponía entre un veinte y un treinta por ciento de las preguntas. Pero exigía el cincuenta por ciento del estudio. La estrategia era clara: tenía que prepararse el setenta u ochenta por ciento de la asignatura que exigía el cincuenta por ciento de esfuerzo. Esto es lo que haría un economista. Esta es la táctica que desarrolló Manuel, como buen estudiante de economía. Así alcanzó nuevamente el triunfo.

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